James Lemons, de 39 años, quiere que le extraigan la bala de su muslo para poder volver a trabajar.
Sarai Holguín, de 71 años y originaria de México, ha aceptado la bala alojada cerca de su rodilla como su “compa”, es decir, una amiga cercana.
A Mireya Nelson, de 15, la alcanzó una bala que atravesó su mandíbula y le rompió el hombro, donde quedaron fragmentos. Por ahora vivirá con ellos, mientras los médicos monitorean los niveles de plomo en su sangre por al menos dos años.
A casi tres meses del tiroteo en el desfile del Super Bowl de los Kansas City Chiefs, que dejó al menos 24 personas heridas, recuperarse de esas heridas es algo profundamente personal e incluye una sorprendente área gris de la medicina: si las balas deberían o no extraerse.
El protocolo médico no ofrece una respuesta clara. Una encuesta de 2016 entre cirujanos reveló que solo cerca del 15% de los encuestados trabajaban en instalaciones médicas que tenían normas sobre la extracción de balas.
Los médicos en Estados Unidos a menudo dejan las balas enterradas profundamente en el cuerpo de una persona, al menos al principio, para no causar más trauma.
Pero a medida que la violencia armada surge como una epidemia de salud pública, algunos investigadores se preguntan si esa práctica es la mejor.
Algunos de los heridos, como James Lemons, quedan en una situación precaria. “Si hay una manera de sacarla y se saca de forma segura, sáquenla fuera de la persona”, dijo Lemons. “Hagan que esa persona se sienta más segura consigo misma. Y que no tengas que estar caminando con ese recuerdo dentro de tí”.
Lemons, Holguín y Nelson están sobrellevando las cosas de manera muy diferente.
El dolor se convirtió en un problema
Tres días después de que los Chiefs ganaran el Super Bowl, Lemons condujo las 37 millas desde Harrisonville, Missouri, hasta el centro de Kansas City para celebrar la victoria. Lemons, quien trabaja en un depósito, llevaba a su hija de 5 años, Kensley, en sus hombros cuando sintió una bala entrar en la parte posterior de su muslo derecho.
Los disparos se desataron en un área abarrotada de fans, dijeron más tarde los fiscales, después de una “confrontación verbal” entre dos grupos. Los detectives encontraron “múltiples cartuchos de bala calibre 9 mm y .40” en el lugar. Lemons dijo que entendió inmediatamente lo que estaba sucediendo.
“Conozco mi ciudad. No estamos lanzando fuegos artificiales”, dijo.
Mientras se tiraban al suelo, Lemons protegió el rostro de Kensley para que no golpeara sobre el cemento. Su primer pensamiento fue llevar a su familia —su esposa, Brandie; su hija de 17 años, Kallie; y su hijo de 10 años, Jaxson— a un lugar seguro.
“Me dispararon. Pero no te preocupes”, recordó Lemons que le dijo a Brandie. “Tenemos que irnos”.
Llevó a Kensley en sus hombros mientras la familia caminaba una milla hasta su auto. Al principio su pierna sangraba a través de sus pantalones, pero después paró, dijo. Ardía de dolor. Brandie insistió en llevarlo al hospital, pero el tráfico estaba estancado, así que encendió las luces de emergencia y condujo en la dirección opuesta.
Lemons recordó que ella dijo: “’Te estoy llevando al hospital. Estoy cansada de que la gente se interponga en mi camino'”. “Nunca había visto a mi esposa así. La miré y pensé, ‘esto es algo sexy'”.
Contó que le sonrió a su esposa y aplaudió, a lo que ella respondió: “¿Por qué estás sonriendo? Acaban de dispararte”. Se mantuvo en silenciosa admiración hasta que los detuvo un sheriff, que llamó a una ambulancia, recordó Lemons.
Lo llevaron a la sala de emergencias de University Health, que ese día admitió a 12 pacientes del rally, incluidos ocho con heridas de bala. Las placas mostraron que la bala apenas había esquivado una arteria, dijo Lemons.
Los médicos limpiaron la herida, pusieron su pierna en un aparato ortopédico y le dijeron que regresara en una semana. La bala todavía estaba en su pierna.
“Me sentí un poco desconcertado, pero pensé, ‘Está bien, lo que sea, saldré de aquí'”, recordó Lemons.
Cuando regresó, los médicos le quitaron el aparato ortopédico pero le explicaron que a menudo dejan balas y fragmentos en el cuerpo, a menos que se vuelvan demasiado dolorosos.
“Entiendo, pero no me gusta eso”, dijo Lemons. “¿Por qué no la sacarías si pudieras?”
Leslie Carto, vocera de University Health, dijo que el hospital no puede comentar sobre la atención de pacientes debido a las leyes federales de privacidad.
Los cirujanos generalmente extraen las balas cuando las encuentran durante la cirugía o cuando están en lugares peligrosos, como en el canal espinal, o a punto de dañar un órgano, explicó Brendan Campbell, cirujano pediátrico del Connecticut Children’s.
Campbell también preside el Comité de Prevención y Control de Lesiones del Comité de Trauma del Colegio Americano de Cirujanos, que trabaja en la prevención de lesiones por armas de fuego.
LJ Punch, cirujano entrenado en trauma y fundador de la Bullet Related Injury Clinic en St. Louis, dijo que los orígenes de la atención del trauma también ayudan a explicar por qué las balas generalmente no se extraen.
“La atención del trauma es medicina de guerra”, dijo Punch. “Está preparada para estar lista en cualquier momento, todos los días, para salvar una vida. No está equipada para cuidar la curación que se necesita después”.
En la encuesta a los cirujanos, las razones más comunes dadas para extraer una bala fueron el dolor, una bala palpable alojada cerca de la piel o una infección. Mucho menos comunes fueron la intoxicación por plomo y las preocupaciones de salud mental como el trastorno de estrés postraumático y la ansiedad.
Los cirujanos dijeron que lo que querían los pacientes también impactaba en sus decisiones.
Lemons quería que le quitaran la bala. El dolor en su pierna se irradiaba desde su muslo, lo que le dificultaba moverse durante más de una hora o dos. Era imposible trabajar en el depósito.
“Tengo que levantar 100 libras cada noche”, recordó Lemons que le dijo a sus médicos. “Tengo que levantar a mi hijo. No puedo trabajar así”.
Ha perdido sus ingresos y su seguro de salud. Otro racha de mala suerte: el dueño de la casa que alquilaban decidió venderla poco después del desfile, y tuvieron que encontrar un nuevo lugar para vivir.
La casa actual es más pequeña, pero era importante mantener a los niños en el mismo distrito escolar con sus amigos, dijo Lemons en una entrevista en el dormitorio rosa de Kensley, el lugar más tranquilo para hablar.
Han pedido dinero prestado y recaudaron $6,500 en GoFundMe para ayudar con el depósito y las reparaciones del automóvil, pero el tiroteo del desfile ha dejado a la familia en un profundo pozo financiero.
Sin seguro, Lemons temía no poder pagar para que le extrajeran la bala. Luego se enteró que su cirugía sería pagada por donaciones. Programó una cita en un hospital al norte de la ciudad, donde un cirujano tomó medidas en su radiografía y le explicó el procedimiento.
“Necesito que estés involucrado tanto como yo voy a estar involucrado”, recordó que le dijeron, “porque —adivina qué— esta no es mi pierna”.
La cirugía está programada para este mes.
“Nos hicimos amigas”
Sarai Holguín no es gran fanática de los Chiefs, pero aceptó ir al rally en Union Station para mostrarle a su amiga el mejor lugar para ver a los jugadores en el escenario.
Era un día inusualmente cálido, y estaban paradas cerca de una entrada donde había muchos policías. Había papás con bebés en cochecitos, los niños jugaban al fútbol americano y Holguín se sentía segura.
Un poco antes de las 2 pm, escuchó lo que pensó que eran fuegos artificiales. La gente comenzó a correr lejos del escenario. Se dio vuelta, tratando de encontrar a su amiga, pero se sintió mareada. No se dio cuenta que le habían disparado. Tres personas rápidamente la ayudaron a tirarse al suelo, y un extraño se quitó la camisa e hizo un torniquete en su pierna izquierda.
Holguín, originaria de Puebla, México, ciudadana estadounidense desde 2018, nunca había visto tanto caos, tantos paramédicos trabajando bajo tanta presión. Fueron “héroes anónimos”, dijo.
Los vio atendiendo a Lisa López-Galván, una conocida DJ de 43 años y dos hijos. López-Galván murió en el lugar, y fue la única víctima mortal. A Holguín la llevaron a University Health, a unos cinco minutos de Union Station.
Allí, la operaron, pero dejaron la bala en su pierna. Holguín se despertó en medio de más caos. Había perdido su bolso y su teléfono celular, así que no pudo llamar a César, su esposo. La internaron en el hospital bajo un alias, una práctica común en los centros médicos para comenzar a atender al paciente de inmediato.
Su esposo e hija no la encontraron hasta cerca de las 10 pm, unas ocho horas después de que le dispararan.
“Ha sido un gran trauma para mí”, dijo Holguín a través de un intérprete. “Estaba herida y en el hospital sin haber hecho nada malo. [El rally] era un momento para jugar, relajarse, estar juntos”.
Holguín estuvo una semana internada, e inmediatamente tuvo dos cirugías ambulatorias más para eliminar el tejido muerto alrededor de la herida. Usó un dispositivo especial durante varias semanas y tuvo citas médicas cada dos días.
Campbell, el cirujano de trauma, dijo que esos dispositivos, llamados “de cierre asistido por vacío” son comunes cuando las balas dañan tejidos que no se pueden reconstruir fácilmente en la cirugía. (Ayudan a acelerar el proceso de cierre de la herida)
“No son solo las lesiones físicas”, dijo Campbell. “Muchas veces son las lesiones emocionales, psicológicas, que muchos de estos pacientes también experimentan”.
La bala sigue cerca de la rodilla de Holguín.
“La tendré por el resto de mi vida”, dijo, agregando que ella y la bala se han convertido en “compas”, amigas cercanas. “Nos hicimos amigas para que ella no me haga ningún otro daño”, dijo Holguín sonriendo.
Punch, de la Bullet Related Injury Clinic en St. Louis, dijo que algunas personas como Holguín pueden tener la fortaleza mental para vivir con una bala en el cuerpo.
“Si puedes crear una historia sobre lo que significa que esa bala esté en tu cuerpo, eso te da poder; te empodera”, dijo Punch.
La vida de Holguín cambió en un instante: está usando un andador para moverse. Su pie, dijo, actúa “como si hubiera tenido un derrame cerebral”, se queda colgando y es difícil mover los dedos de los pies.
La consecuencia más frustrante es que no puede viajar para ver a su padre de 102 años, que está en México. Lo ve en video a través de su teléfono, pero eso no ofrece mucho consuelo, dijo, y pensar en él la hace llorar.
En el hospital le dijeron que sus facturas médicas serían cubiertas, pero luego muchas de ellas llegaron por correo. Intentó obtener ayuda para las víctimas del estado de Missouri, pero le costo entender todos los formularios que tenía porque estaban en inglés.
Solo alquilar el dispositivo de cierre asistido por vacío costaba $800 al mes.
Finalmente escuchó que el Consulado de México en Kansas City podía ayudar, y el cónsul la remitió a la Oficina del Fiscal del condado de Jackson, donde se registró como víctima oficial. Ahora todas sus facturas están siendo pagadas, dijo.
Holguín no buscará tratamiento de salud mental, ya que cree que uno debe aprender a vivir con una situación determinada o se convertirá en una carga. “He procesado este nuevo capítulo en mi vida”, dijo Holguín. “Nunca me he rendido y seguiré adelante con la ayuda de Dios”.
“Vi sangre en mis manos”
Mireya Nelson llegó tarde al desfile. Su madre, Erika, le dijo que se fuera temprano, por el tráfico y el millón de personas que se esperaba en el centro de Kansas City, pero ella y sus amigos adolescentes ignoraron el consejo. Los Nelson viven en Belton, Missouri, aproximadamente a media hora al sur de la ciudad.
Mireya quería sostener el trofeo del Super Bowl. Cuando ella y sus tres amigos llegaron, el desfile que había pasado por el centro ya había terminado y había comenzado el rally en Union Station. Estaban atrapados entre la multitud y se aburrieron rápido, dijo Mireya.
Mireya y una de sus amigas intentaron llamar al conductor de su grupo para irse, pero no tenían señal en el celular, por la gran multitud.
En medio del caos de personas y ruido, Mireya de repente se desplomó.
“Vi sangre en mis manos. Así que supe que me habían disparado. Sí, y simplemente me arrastré hacia un árbol”, dijo Mireya. “En realidad, al principio no sabía dónde me habían disparado. Solo ví sangre en mis manos”.
La bala rozó la barbilla de Mireya, atravesó su mandíbula, le rompió el hombro y salió por su brazo. Quedaron fragmentos de bala en su hombro. Los médicos decidieron dejarlos porque la joven ya había sufrido mucho daño.
Por ahora, la madre de Mireya apoya esa decisión, señalando que eran solo “fragmentos”. “Creo que si no la van a dañar el resto de su vida”, dijo Erika, “no quiero que siga volviendo al hospital y teniendo cirugías. Eso es más trauma para ella y más tiempo de recuperación, más terapia física y cosas así”.
Punch dijo que los fragmentos de bala, especialmente los que son solo superficiales, a menudo se abren paso como astillas, aunque a los pacientes no siempre se les dice eso. Además, agregó, las lesiones causadas por las balas se extienden más allá de aquellos con tejido dañado a las personas a su alrededor, como Erika. Pidió un enfoque holístico para recuperarse de todo el trauma.
“Cuando las personas permanecen en su trauma, ese trauma puede cambiarlas para toda la vida”, dijo Punch.
Mireya será sometida a pruebas de niveles de plomo en su sangre durante al menos los próximos dos años. Ahora sus niveles están bien, dijeron los médicos a la familia, pero si empeoran, necesitará cirugía para remover los fragmentos, dijo su madre.
Campbell, el cirujano pediátrico, dijo que el plomo es particularmente preocupante para los niños pequeños, cuyos cerebros en desarrollo los hacen especialmente vulnerables a sus efectos perjudiciales. Incluso una pequeña cantidad de plomo —3.5 microgramos por decilitro— es suficiente para informar a las autoridades de salud estatales, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Mireya habla sobre adolescentes lindos, pero todavía usa pijamas de Cookie Monster. Parece confundida por los tiroteos, por toda la atención en casa, en la escuela, de los periodistas. Cuando le preguntaron cómo se siente sobre los fragmentos en su brazo, dijo: “Realmente no me importan”.
Después de su estadía en el hospital, Mireya tomó antibióticos durante 10 días porque los médicos temían que hubieran bacterias en la herida. Ha tenido terapia física, pero es doloroso hacer los ejercicios. Tiene una cicatriz en la barbilla. “Una muesca”, dijo, que es “irregular”.
“Dijeron que tuvo suerte porque si no hubiera girado la cabeza de cierta manera, podría haber muerto”, dijo Erika.
Mireya enfrenta una evaluación psiquiátrica y sesiones de terapia, aunque no le gusta hablar de sus sentimientos.
Hasta ahora, el seguro de Erika está pagando las facturas médicas, aunque espera obtener algo de ayuda del fondo #KCStrong de United Way, que recaudó casi $1.9 millones, o de una organización de fe llamada Unite KC.
Erika no quiere limosnas. Tiene un trabajo en atención médica y acaba de tener un ascenso.
La bala ha cambiado la vida de la familia de muchas maneras. Ahora forma parte de sus charlas. Hablan sobre cómo desearían saber qué tipo de munición era, o cómo se veía.
“Como si quisiera quedarme con la bala que atravesó mi brazo”, dijo Mireya. “Quiero saber qué tipo de bala era”. Eso provocó un suspiro de su mamá, quien dijo que su hija había visto demasiados episodios de “Forensic Files”.
Erika se culpa por la herida, porque no pudo proteger a su hija en el desfile.
“Me duele mucho porque me siento mal, porque ella me suplicó que dejara el trabajo y no fui allí porque cuando tienes un puesto nuevo, no puedes simplemente irte del trabajo”, dijo Erika. “Porque yo hubiera recibido la bala. Porque haría cualquier cosa. Es lo que hace una mamá”.
Esta historia fue producida por KFF Health News, conocido antes como Kaiser Health News (KHN), una redacción nacional que produce periodismo en profundidad sobre temas de salud y es uno de los principales programas operativos de KFF, la fuente independiente de investigación de políticas de salud, encuestas y periodismo.