Era un sábado por la mañana en Southbay Tattoo and Body Piercing, en Carson, California, y su propietario, Efraín Espinoza Díaz Jr. se estaba preparando para el primer tatuaje del día: el retrato conmemorativo de un hombre que su viuda quería en su antebrazo.
Díaz, conocido como “Rock”, ha hecho tatuajes durante 26 años, pero todavía se pone un poco nervioso cuando son conmemorativos; y éste era particularmente sensible. Díaz estaba creando un retrato de Philip Martin Martínez, un colega artista del tatuaje y amigo, que murió por covid en agosto, a los 45 años.
“Necesito concentrarme”, dijo Díaz, de 52. “Es una foto de mi amigo, mi mentor”.
Martínez, conocido por sus amigos y clientes como “Sparky”, era un artista del tatuaje de renombre en la cercana Wilmington, en la región de South Bay en Los Ángeles. Un tatuaje había unido a Sparky y Anita; Sparky le hizo a Anita su primer tatuaje, un retrato de su padre, en 2012, y la experiencia disparó un romance.
A lo largo de los años de su relación, había cubierto el cuerpo de Anita con rosas entrelazadas y un retrato de su madre.
Ahora, su viuda estaba “imprimiendo” en su brazo la misma fotografía que estaba grabada en la tumba de Sparky. Iba ser el primer tatuaje que no le hacía el mismo Sparky.
“Se siente un poco extraño, pero Rock ha sido muy bueno con nosotros”, dijo Anita Martínez. Rock y Sparky crecieron juntos”. Se conocieron en la década de 1990, en un momento en que no había tiendas de tatuajes propiedad de mexicanos-estadounidenses en su vecindario, pero Sparky estaba ganando reputación. “Fueron artistas como Phil los que inspirarían a muchos de nosotros a dar ese paso en la industria del tatuaje profesional”, dijo Rock.
Después de que Sparky se enfermó, a Anita no le permitieron entrar en la habitación del hospital de su esposo, una experiencia de aislamiento compartida por cientos de miles de estadounidenses que perdieron a un ser querido por covid. La dejaron entrar solo al final.
“Me engañaron para no estar con él en sus últimos momentos”, dijo Martínez, de 43 años. “Cuando entré, sentí que ya se había ido. Nunca llegamos a decirnos adiós. Nunca llegamos a abrazarnos “.
“Ni siquiera sé si alguna vez voy a recuperarme”, dijo, mientras Díaz comenzaba a esbozar los contornos del retrato debajo de su codo, “pero al menos podré verlo todos los días”.
Según una encuesta de Harris de 2015, casi el 30% de los estadounidenses tienen al menos un tatuaje, un aumento del 10% con respecto a 2011. Al menos el 80% de los tatuajes son conmemorativos, dijo Deborah Davidson, profesora de sociología en la Universidad de York en Toronto, quien ha estado investigando los tatuajes conmemorativos desde 2009.
“Los tatuajes conmemorativos nos ayudan a expresar nuestro dolor, poner una venda en nuestras heridas y abrir un diálogo sobre la muerte”, dijo. “Nos ayudan a integrar la pérdida en nuestras vidas para ayudarnos a sanar”.
Lamentablemente, covid ha brindado muchas oportunidades para estas conmemoraciones.
Juan Rodríguez, un tatuador que se hace llamar “Monch”, ha estado recibiendo el doble de clientes desde antes de la pandemia y tiene reservas con meses de anticipación en su salón en Pacoima, un vecindario de Los Ángeles, en el Valle de San Fernando.
Los tatuajes conmemorativos, que pueden incluir nombres, retratos y obras de arte especiales, son comunes en su campo de trabajo, pero ha habido un aumento de pedidos debido a la pandemia. “Un cliente me llamó de camino al funeral de su hermano”, contó Rodríguez.
Rodríguez cree que los tatuajes conmemorativos ayudan a las personas a procesar experiencias traumáticas. A medida que pasa la aguja por los brazos, las piernas y la espalda de sus clientes, y ellos comparten historias de sus seres queridos, siente que es parte artista y parte terapeuta.
Los dolientes sanos no resuelven el duelo separándose del difunto, sino creando una nueva relación con ellos, dijo Jennifer R. Levin, terapeuta en Pasadena que se especializa en duelo traumático. “Los tatuajes pueden ser una forma de mantener esa relación”, dijo.
Es común que sus pacientes, que van de los 20 a los 50 años, se hagan tatuajes conmemorativos, dijo. “Es una forma poderosa de reconocer la vida, la muerte y el legado”.
Sazalea Martínez, una estudiante de kinesiología en Antelope Valley College en Palmdale, California, fue al negocio de Rodríguez en septiembre para conmemorar a sus abuelos. Su abuelo murió de covid en febrero, su abuela en abril. Eligió que Rodríguez le tatuara una imagen de azaleas con la frase, “Te amo”, escrita con la letra de su abuela.
Las azaleas, que son parte de su nombre, representan a su abuelo, dijo. Sazalea decidió no hacerse un retrato de su abuela porque esta última no aprobaba los tatuajes. “El ‘te amo’ es algo simple y me reconforta”, dijo. “Me va a dejar sanar y sé que ella lo habría entendido”.
Los ojos de Sazalea se llenaron de lágrimas cuando la aguja se movió por su antebrazo, trazando la letra de su abuela. “Todavía está súper fresco”, dijo. “Básicamente me criaron. Impactaron en lo que soy como persona, por lo que tenerlos conmigo será reconfortante”.