En la cocina de un apartamento diminuto, Rosendo Gil les preguntó a los jóvenes padres sentados frente a él lo que deberían hacer si su hija se resfriaba.
Blas López, de 29 años, y su prometida, Lluvia Padilla, de 28, contestaron rápido: tomarle la temperatura y llamar al médico si tenía fiebre que no se pudiera controlar.
“Estoy muy orgulloso de que sepan qué hacer”, dijo Gil, mientras Leilanie López, de 3 años, jugaba cerca con una cocinita de juguete.
Padilla recordó que, cuando nació Leilanie, sus padres no hubieran sabido qué responder.
Gil, un trabajador de apoyo familiar del Imperial County Home Visiting Program, ha visitado a la familia docenas de veces desde el nacimiento de Leilanie. En cada visita, Gil les enseña un poco más sobre el desarrollo del niño y los ayuda a lidiar con el estrés del trabajo, la escuela, las relaciones familiares y la crianza de los hijos.
Como Gil, los trabajadores de apoyo en todo el país tienen una tarea a veces desalentadora: ayudar a los nuevos padres a criar hijos sanos y superar la pobreza, el abuso de sustancias, la depresión y la violencia doméstica.
Las organizaciones que realizan visitas a los hogares operaron inadvertidas durante décadas, hasta que, en 2010, la Ley de Cuidado de Salud Asequible (ACA) creó un programa a nivel nacional para apoyarlos. El Maternal, Infant and Early Childhood Home Visiting Program otorga $400 millones en subsidios federales anuales para servicios a nuevas familias con niños pequeños o parejas que esperan un bebé.
A nivel nacional, el programa brindó orientación a 160,000 padres y niños en 2016, de acuerdo con la Health Resources & Services Administration.
El financiamiento para el programa expira a fines de septiembre a menos que el Congreso actúe para reautorizarlo. Con la fecha límite, defensores y proveedores están instando a los legisladores federales a volver a autorizarlo durante cinco años más al doble de la cantidad actual. Dos proyectos de ley están pendientes en la Cámara para continuar la financiación federal de las visitas domiciliarias, uno de las cuales eventualmente duplicaría el dinero asignado.
“La expiración no es una opción”, dijo Diedra Henry-Spiers, directora ejecutiva de la organización sin fines de lucro Dalton Daley Group y co-líder de una coalición nacional de organizaciones que realizan visitas a hogares. “Demasiadas familias dependen de estos servicios en todo el país”.
Estas organizaciones están preocupadas que algunos programas tengan que reducir el número de familias a las que ofrecen servicios, y otros tengan que cerrar por completo si la financiación no se renueva a tiempo.
“A medida que se acerca la fecha… tenemos más miedo que no se vuelva a autorizar”, dijo Andre Eaton, director estatal del Parent-Child Home Program en Nueva York. “Sólo tenemos una cierta cantidad de tiempo para hacer esto”.
El Home Visiting Program en California ofrece servicios a unas 2,300 familias vulnerables cada año. El presupuesto de $19,4 millones proviene del programa federal de visitas domiciliarias, pero la necesidad supera a los recursos proporcionados, según el Departamento de Salud Pública. First 5 California, una organización que financia programas para niños pequeños y sus familias, paga por programas adicionales de visitas a domicilio en todo el estado.
Estudios han demostrado que los programas de visitas a domicilio ayudan a reducir el maltrato infantil y el abandono, mejoran la salud infantil y materna, y promueven la preparación escolar. La visita a domicilio también ahorra dinero que se gastaría más tarde en el sistema de bienestar infantil, educación especial, atención médica y otros servicios, según indican investigaciones.
“Estos niños van a ser muy costosos si no podemos ayudarlos temprano”, dijo Darcy Lowell, directora ejecutiva de Child First, un programa de visitas domiciliarias con sede en Connecticut que apunta a las familias más vulnerables. “La visita domiciliaria es una estrategia preventiva. El lugar en el que realmente vamos a ver los efectos es a largo plazo”.
Healthy Families America, con sede en Chicago, envía a trabajadores sociales, enfermeras y otros a hogares en 35 estados para promover relaciones constructivas entre padres e hijos, y para apoyar a las mamás y a los papás cuando deciden volver a la escuela o buscan trabajo.
Su directora nacional, Cydney Wessel, dijo que muchos participantes quieren evitar los errores cometidos por sus propios padres, y luchar por criar a sus hijos en hogares sin violencia ni abuso de sustancias. “Bajo situaciones estresantes, los padres suelen reproducir la forma en la que fueron criados” si no tienen a alguien que los guíe por un camino diferente, explicó Wessel.
López y Padilla, por ejemplo, estaban decididos a disciplinar a Leilanie sin pegarle. “No quiero seguir el mismo patrón”, dijo Padilla.
La pareja contó que, durante los últimos tres años, Gil les ha enseñado mucho acerca de los bebés, incluso que cargarlos seguido no los vuelve pegotes. Hace poco Gil le trajo a Leilanie un libro, “Mommy’s Best Kisses”, y les reiteró la importancia de leerle todos los días.
“Es como un amigo”, dijo López, quien fue trabajador estacional y ahora está tratando de obtener su diploma de escuela secundaria. Hemos contado con él.
Gil también ha ayudado a la pareja a vivir por su cuenta y comunicarse mejor entre sí, dijo López. Los ayudó a encontrar servicios cuando Leilanie tardó en hablar y alentó a López, quien padece la enfermedad de Crohn, a tomar su medicina.
Gil dijo que es crucial ganarse la confianza de sus clientes, lo que a veces logra contándoles acerca de su propio padre alcohólico o los desafíos que enfrentó criando a sus hijas. “Eso abre la puerta”, dijo Gil, quien era enfermero en su natal México. Agregó que, con el tiempo, ve los cambios: los padres mantienen actualizadas las vacunas de sus hijos, alaban a sus hijos o buscan atención para su salud mental.
López y Padilla están entre las aproximadamente 100 familias que atiende el Imperial County Home Visiting Program, que recibe todo su presupuesto anual, de $630,000, del gobierno federal.
En el condado de Butte, en el norte de California, las visitas domiciliarias son críticas: el área es rural y las mujeres no tienen fácil acceso a servicios médicos y sociales, dijo Diana Sánchez, directora del programa Butte Baby Steps. Su programa, parte de Healthy Families America, trabaja con madres en riesgo de 29 años y menores que están embarazadas o han tenido un bebé en los últimos tres meses.
Más de 80 familias dependen de la financiación federal para Butte Baby Steps, y Sánchez dijo que no está segura que el Congreso lo renueve. “En este momento, no me siento segura o estable en absoluto”, comentó.
Heather Julander, una trabajadora de Butte Baby Steps, dijo que muchas de las mujeres que ella visita enfrentan grandes desafíos, como la falta de vivienda, el desempleo y los problemas de salud mental.
Ella ayuda a las mujeres a obtener los servicios sociales que necesitan y les da información sobre lactancia materna, y cómo lidiar con bebés que gritan. “Si no tienen conocimientos básicos… simplemente se debilitan”, dijo Julander. “Puede ser muy peligroso para sus bebés”.
Julander agregó que también juega con las familias para que las madres puedan olvidarse de “esos enormes factores de estrés de la vida diaria, aunque sólo sea por 30 minutos al día”.
Uno de sus clientes, Jordan Lenhardt, de 22 años, dijo que lucha con la depresión y que tiene una relación tormentosa con el padre de su beba. Lenhardt dijo que estaba asustada de que no sería una madre lo suficientemente buena y no tendría suficiente dinero para mantener a su hija, Harley Carter-Lenhardt, que ahora tiene 9 meses. Dijo que Julander la ha convertido en una madre más segura y tranquila.
“Siempre dudo de mí misma”, dijo Lenhardt, quien vive en Chico, California. “Heather siempre está ahí para decir: ‘Puedes hacerlo’, es esa voz tranquilizadora que hace que las cosas sean menos estresantes”.
Esta historia fue producida por Kaiser Health News, un programa editorial independiente de la Kaiser Family Foundation.