Los gritos de ¡”nazis, váyanse a casa!” y “¡vergüenza! ¡vergüenza!” tensaban el aire cuando Angela King y Tony McAleer se unieron a otros manifestantes en la protesta por la “libre expresión” en Boston el fin de semana del 19 de agosto.
Ellos no gritaron. Sus carteles hablaban por ellos: “Hay vida después del odio”.
McAleer y King lo saben por experiencia propia porque ellos mismos fueron jóvenes extremistas, antes de fundar la organización sin fines de lucro Life After Hate para ayudar a ex supremacistas blancos a reiniciar sus vidas. Oírlos hablar de sus pasados insinúa lo que puede estar en la mente de aquellos que se unen a grupos marginales de extrema derecha, cuyas acciones han encendido furiosas pasiones a lo largo del país. ¿Qué piensa la gente cuando vomita odio? ¿Son todos verdaderos creyentes? Es más, ¿cómo una persona llega a ser así?
Los descubiertos rostros estadounidenses de la supremacía blanca y el neonazismo se transmitieron por televisión y por Internet para que todos pudieran verlos en la marcha “Unite the Right” en Charlottesville, Virginia, que terminó con violencia y con una persona muerta. Las fuerzas que los atrajeron no son nuevas.
Hay 917 grupos de odio conocidos en los Estados Unidos, un número que ha ido aumentando en los últimos dos años, según datos del Southern Poverty Law Center. El centro atribuye la tendencia en parte a los puntos de vista extremistas expresados durante la campaña presidencial de 2016.
Pero la gente no percibe las creencias de los grupos extremistas de la misma manera. El término “alt-right”, que se refiere a un grupo poco organizado que se desarrolló en respuesta al conservadurismo tradicional, y se ha asociado con el nacionalismo blanco y el antisemitismo, ya era desconocido para la mayoría de estadounidenses a finales de 2016, según una encuesta del Pew Research Center. Y la familiaridad aumentó según la educación del encuestado: cerca de tres cuartos de los que tenían estudios de postgrado reconocieron el término, al igual que alrededor del 60% de los graduados universitarios. Entre los que sólo tenían educación secundaria, cerca de un tercio había oído el término.
Los que estudian el comportamiento humano atribuyen el discurso del odio más a los problemas profundos de personalidad que a una enfermedad mental diagnosticable. Pero también están intrigados por cómo el movimiento de la supremacía blanca está cambiando en el siglo XXI. Los conocidos símbolos racistas de túnicas blancas y capuchas, o cabezas afeitadas y antorchas, han dado paso a una apariencia más sutil para la generación del milenio. Con tensiones cada vez mayores, hay un renovado interés en explicar cómo las mentes derivan hacia el odio.
“Sentí poder donde me sentía impotente. Tuve un sentimiento de pertenencia donde me sentía invisible”, dijo McAleer, de 49 años, sobre su atracción hacia el nacionalismo blanco que lo llevó a pasar 15 años como reclutador de skinheads y organizador de la White Aryan Resistance.
“Me golpearon a diario entre mis 10 y 11 años en una escuela católica para varones”, contó McAleer, quien era un niño de clase media de Canadá, lo que le dejó con “un poco saludable sentido de identidad”.
King, de 42 años, quien creció en el sur de la Florida, dijo que se inclinó hacia el nacionalismo blanco cuando era niña, aprendiendo primero insultos raciales de sus padres. Cuando iba creciendo se cuestionó su identidad sexual y sintió que no encajaba. A los 12, contó, un acosador en la escuela le rasgó la camisa, exponiendo su sujetador y humillándola delante de sus compañeros de clase.
“En ese momento decidí que, si yo me convertía en la acosadora, nadie podría volver a hacerme eso”, dijo King. Así, a los 15 se convirtió en un skinhead neonazi, y a los 23 fue condenada a tres años de cárcel por un crimen de odio. King tenía un tatuaje de una esvástica en su mano derecha; ahora lo cubrió con la imagen de un gato.
Los jóvenes con un pasado problemático son especialmente vulnerables, explicó el psicólogo Ervin Staub, de Holyoke, Massachusetts, quien es profesor emérito de la Universidad de Massachusetts-Amherst y estudia los procesos sociales que conducen a la violencia.
“¿Por qué la gente se uniría a esos grupos? Por lo general, implica que no encuentran ninguna otra forma socialmente aceptable y significativa para satisfacer necesidades importantes: de identidad, de ser útiles, de sentirse conectados”, dijo Staub.
Agregó que “generalmente se trata de personas que sienten que no tendrían éxito, o la oportunidad de tener éxito, a través de canales normales de éxito en la sociedad. Pueden provenir de familias que son problemáticas o de familias donde están expuestos a este tipo de puntos de vista extremos sobre la superioridad y el nacionalismo blancos. Si no siente que tiene mucha influencia y poder en el mundo, obtiene una sensación de poder al ser parte de una comunidad y especialmente de una comunidad bastante militante”.
Un informe de 2015 del National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism (conocido como START) reveló que en un grupo de ex miembros de grupos violentos de supremacía blanca, casi la mitad (45%) reportó haber sido víctima de abuso físico infantil y cerca del 20% dijo haber sufrido abuso sexual cuando eran niños.
El estudio del sociólogo Pete Simi, de la Universidad Chapman en Orange, California, sugiere que las influencias sobre estos seguidores pueden estar relacionadas más con los lazos sociales del grupo que con la ideología.
Simi, un experto en violencia y grupos extremistas que ha entrevistado a cientos de antiguos creyentes, co-escribió “American Swastika: Inside the White Power Movement’s Hidden Spaces of Hate” con el sociólogo Robert Futrell de la Universidad de Nevada-Las Vegas.
Ahora que estos grupos están cortejando a los millennials, están cambiando su imagen, dijo Futrell.
“Es un intento por alejarse del pasado cuando la imagen de un supremacista blanco en todas nuestras mentes era el KKK [Ku Klux Klan] con una capucha y una capa o un neonazi con la cabeza afeitada y los tatuajes. Eso ha ido cambiando en la última década”, dijo.
Los grupos que abogan por la superioridad blanca siempre han atacado a “personas jóvenes e impresionables que son solitarias o tienen un pasado traumático”, dijo Futrell. “Lo que es diferente ahora es la variedad de formas con las que el movimiento de poder blanco las está atrayendo. Internet es una bendición para aquellos que son estigmatizados y se sienten relativamente impotentes”.
El alt-right ha ganado el poder online, ya que sus defensores usan Twitter, YouTube y otras plataformas de redes sociales para difundir su mensaje. Un estudio de 2016 de la Universidad George Washington encontró que los nacionalistas blancos son grandes usuarios de Twitter.
Sin embargo, aunque la organización se ha vuelto virtual, el poder de una multitud en la vida real también fomenta los comportamientos, dijo Pamela Rutledge, psicóloga de medios de comunicación y directora del Media Psychology Research Center, una organización sin fines de lucro con sede en Newport Beach, California.
“Hay una larga historia que comienza con [el psicoanalista Sigmund] Freud sobre el impacto del comportamiento de una multitud y la mentalidad de esa multitud”, explicó Rutledge. “La gente renuncia a la identidad individual para apoyar la norma del grupo y la afiliación con el grupo y termina comportándose en formas que no se comportarían individualmente”.
En tales conflictos tensos, dijo Futrell, las señales naturales que la gente utiliza para entender el comportamiento apropiado se sesgan.
“No es sorprendente en una situación que crece en tensión, cuando la gente está al borde, que alguien haga un movimiento agresivo, y eso sea una señal para otros de que está bien”, dijo. “Esta es la norma en ese momento, y actúan”.
La psicóloga forense Laurence Miller, de Boca Raton, Florida, dijo que hay un malentendido acerca de las motivaciones de quienes se unen a los grupos marginales, que tienen una ideología y buscan un grupo cuando, en realidad, es al revés.
“La gente escogerá un sistema de creencias que mejor se adapte a sus personalidades y sus identidades”, dijo.
Pero enfatiza que los humanos son complejos. En el sur profundo, era común que ciudadanos ilustres -alcaldes, sheriffs y jueces, entre otros- fueran miembros del KKK.
“Puedes tener gente que se ponga una capucha y marche con una antorcha y lleve a sus hijos al parque”, dijo Miller.
Melissa Bailey, reportera de KHN, contribuyó con esta historia desde Boston.