Cuando el coronavirus llegó a Detroit esta primavera, la estudiante de Wayne State University, Skye Taylor, notó algo sorprendente. En redes sociales, muchos de sus compañeros de clase de raza negra que viven o crecieron en la ciudad “escribían sobre la muerte, cosas como: ‘Oh, perdí a este miembro de la familia por COVID-19’”, dijo Taylor.
La situación era diferente en Beverly Hills, un suburbio mayormente blanco no hispano a 20 millas de distancia. “Mis compañeros de la escuela secundaria no escribían cosas como esa”, contó Taylor. “Les va bien, a sus familias les va bien. E incluso aquellos cuyos miembros de la familia se han contagiado, siguen vivos”.
¿Cómo difieren los índices de infección por COVID-19 y los resultados entre estos códigos postales? se preguntó Taylor. ¿Cómo se comparan sus hospitales y otros recursos?
Este verano, como parte de una investigación de ocho semanas desarrollada por investigadores de San Francisco y financiada por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), Taylor está analizando esas cuestiones y otros efectos de la pandemia. Es una de las 70 participantes, pertenecientes a grupos poco representados en la ciencia, que están aprendiendo los métodos básicos de codificación y análisis de datos para explorar el tema de la disparidad.
Los datos para abordar las brechas raciales en la atención y sus resultados han sido escasos durante la pandemia, y no están disponibles para la mayoría de las comunidades de estos estudiantes, que sufren desproporcionadamente el mayor impacto del virus.
Los participantes “hacen preguntas desde una perspectiva que necesitamos desesperadamente, porque sus voces no están presentes en la comunidad científica”, dijo Alison Gammie, que dirige la división de capacitación, desarrollo de la fuerza laboral y diversidad en el National Institute of General Medical Sciences.
Los científicos de origen afro, hispano, nativo-americano y de otras minorías han estado durante mucho tiempo insuficientemente representados en la biomedicina. Según los datos, los esfuerzos por diversificar el campo han progresado: el número de estas minorías que obtuvieron títulos de doctorado en ciencias biomédicas se multiplicó por más de nueve entre 1980 y 2013. Pero este aumento de doctorados no ha movido la aguja en las facultades.
Por el contrario, el número de profesores asistentes de las minorías en estas áreas ha disminuido en los últimos años, de 347 en 2005 a 341 en 2013. Y algunos de los que han entrado en la salud pública deben soportar la agresión racial y la marginación en el lugar de trabajo —o, después de años de trabajar en un ambiente tóxico, abandonan en silencio.
“Tenemos que conseguir que las personas reciban apoyo y encuentren trabajos académicos y de investigación lo suficientemente deseables como para que decidan quedarse”, enfatizó Gammie. “Ha habido mejoras, pero todavía tenemos un largo camino por recorrer”.
En 2014, el NIH puso en marcha la iniciativa “Construir la Infraestructura para la Diversidad”. La iniciativa ofrece subvenciones a 10 campus universitarios que se asocian con decenas de otras instituciones que investigan cómo conseguir que los estudiantes de bajos recursos y de minorías sigan carreras biomédicas.
Los estudiantes del programa reciben estipendios y normalmente pasan los veranos trabajando en laboratorios de investigación. Pero cuando llegó COVID-19, muchos laboratorios cerraron y sus experimentos se suspendieron. “Todos se preguntaban: “¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo trabajamos a distancia?”, explicó la bióloga Leticia Márquez-Magaña, que dirige el equipo de la iniciativa en la Universidad Estatal de San Francisco (SFSU).
Márquez-Magaña y la epidemióloga de la Universidad de California-San Francisco, Kala Mehta, esbozaron un plan para que los estudiantes trabajaran a distancia con investigadores de bioinformática, salud pública y epidemiología para recopilar y analizar los datos de COVID-19 sobre poblaciones marginadas.
Gammie animó al equipo del Área de la Bahía de San Francisco a ampliar la oportunidad del verano a participantes de todo el país.
Del 22 de junio al 13 de agosto, los estudiantes pasaron de dos a tres horas en línea, cuatro días a la semana, en pequeños grupos dirigidos por mentores con nivel de maestría. Aprendieron bioinformática básica —métodos computacionales para analizar datos biológicos y de salud de la población— y R, un lenguaje de programación estadística, para recoger y analizar información de datos públicos.
“Pienso en la bioinformática básica y en la codificación R como una herramienta de potenciación”, explicó Mehta. “Se van a convertir en agentes de cambio en sus comunidades, luchando con los datos en la mano”.
La investigación científica a menudo lleva años, mientras que el análisis de datos para resolver problemas ofrece una sensación de inmediatez, señaló Niquo Ceberio, quien recientemente obtuvo una maestría en biología en SFSU y dirige el equipo de mentores. “Lo que me atrajo de esto es que te da la sensación de que no hay límites”, añadió.
Raymundo Aragonez, un estudiante de biología de la Universidad de Texas-El Paso que participa en el programa de verano, ve el análisis de datos como una forma de abordar la confusión en la comunidad hispana, incluyendo a algunos de sus familiares que piensan que la pandemia “es una gran mentira”.
Consternado por los videos engañosos de YouTube y la desinformación desenfrenada que se comparte en redes sociales, Aragonez, que aspira a ser el primero de su familia en terminar la universidad, dijo que espera aprender a “entender los datos y cómo las infecciones están sucediendo realmente, para poder explicárselo a mi familia”.
También quiere investigar si las tasas de infección por COVID-19 difieren entre las personas que viven en El Paso, de las que viven en la ciudad mexicana de Juárez y las que cruzan frecuentemente la frontera, como muchos de sus amigos y compañeros de clase.
Willow Weibel, una estudiante de psicología de la SFSU, estudia cómo las restricciones de COVID-19 afectan a la salud mental de los que fueron jóvenes de acogida y otros jóvenes adultos con antecedentes traumáticos. Weibel pasó gran parte de su infancia en hogares de acogida antes de ser adoptada por una familia del sur de California a los 17 años. “Me preocupa mucho como viven las personas este sistema”, señaló.
La salud mental es el hilo conductor de las preguntas de investigación propuestas por varios estudiantes del grupo de Weibel, entre ellos Skye Taylor, que se especializa en psicología con una “minor” en salud pública. Si bien siente curiosidad por las disparidades en los resultados de COVID-19 en el área de Detroit, también desea examinar cómo los problemas de salud mental afectan la susceptibilidad a COVID-19, “especialmente en la comunidad afroamericana, porque en nuestra comunidad no se habla realmente de la salud mental”, dijo.
Tener la oportunidad de explorar sus propias preguntas de investigación es inusual para los estudiantes universitarios, y particularmente significativo para los estudiantes de color. “Se siente como si la ciencia fuera algo que se nos ha hecho a nosotros o sobre nosotros”, comentó Ceberio, que es negra y latina, y creció en Los Ángeles, Miami y Las Vegas antes de mudarse al Área de la Bahía. “Esta experiencia les permite hacer investigaciones que les parecen relevantes en base a la manera en que ven el mundo. Estoy tratando de que confíen en sus instintos”.
Los miembros de los grupos poco representados es más probable que permanezcan en la biomedicina si sienten que están devolviéndole algo a sus comunidades o haciendo algo con un propósito tangible, indicó Gammie. Este verano, los jóvenes “tienen la oportunidad de participar en la ciencia que hace ambas cosas”, dijo. “Nuestra esperanza es que esto inspire a los estudiantes a ser científicos independientes”.
Esta historia fue producida por Kaiser Health News, un programa editorial independiente de la Kaiser Family Foundation.