La primavera pasada, Maritza Beniquez, enfermera de una sala de emergencias de Nueva Jersey, fue testigo de “una oleada tras otra” de pacientes enfermos, cada uno con una mirada aterrada que se volvió familiar a medida que pasaban las semanas.
Pronto, fueron sus colegas del Hospital Universitario de Newark, enfermeras, técnicos y médicos con los que había estado trabajando codo con codo, quienes se presentaban en la emergencia luchando por respirar. “Muchos de nuestros propios compañeros de trabajo se enfermaron, especialmente al principio; literalmente diezmó a nuestro personal”, contó.
A fines de junio, 11 de los colegas de Beniquez habían muerto. Como los pacientes que habían estado tratando, la mayoría eran de raza negra y latinos (que pueden ser de cualquier raza).
“Nos vimos afectados de manera desproporcionada por la forma en que nuestras comunidades se han visto afectadas de manera desproporcionada en cada [parte de] nuestras vidas, desde las escuelas hasta los trabajos y los hogares”, dijo.
El 14 de diciembre, Beniquez se convirtió en la primera persona en Nueva Jersey en recibir la vacuna contra el coronavirus, y fue una de los muchos trabajadores médicos de color destacados en los titulares.
Fue una ocasión alegre, que reavivó la posibilidad de volver a ver a sus padres y a su abuela de 96 años, quienes viven en Puerto Rico. Pero esas imágenes transmitidas a nivel nacional también fueron un recordatorio de aquéllos para quienes la vacuna llegó demasiado tarde.
Covid-19 se ha cobrado un precio enorme entre los afroamericanos y los hispanounidenses. Y esas disparidades se extienden a los trabajadores médicos que los intubaron, limpiaron sus sábanas y tomaron sus manos en sus últimos días, halló una investigación de KHN/The Guardian.
Las personas de color representan aproximadamente el 65% de las muertes en los casos en los que hay datos de raza y etnia.
Un estudio reciente encontró que los trabajadores de salud de color tienen más del doble de probabilidades que sus contrapartes caucásicas de dar positivo para el virus. Son más propensos a tratar a pacientes diagnosticados con covid, y a trabajar en hogares de adultos mayores, los principales focos de coronavirus; y también a reportar un suministro inadecuado de equipo de protección personal, según el informe.
En una muestra nacional de 100 casos recopilados por KHN/The Guardian en los que un trabajador de salud expresó su preocupación por la insuficiencia de EPP antes de morir por covid, tres cuartas partes de las víctimas fueron identificadas como negras, hispanas, nativas americanas o asiáticas.
“Es más probable que los trabajadores de salud de raza negra quieran ir a atenderse al sector público donde saben que tratarán de manera desproporcionada a las comunidades de color”, dijo Adia Wingfield, socióloga de la Universidad de Washington en St. Louis, quien ha estudiado la desigualdad racial en el industria del cuidado de salud. “Pero también es más probable que estén en sintonía con las necesidades y desafíos particulares que puedan tener las comunidades de color”, dijo.
Wingfield agregó que muchos miembros del personal de atención médica afroamericanos no solo trabajan en centros de salud de bajos recursos, sino que también son más propensos a sufrir muchas de las mismas comorbilidades que se encuentran en la población negra en general, un legado de décadas de inequidades sistémicas.
Y pueden ser víctimas de estándares de atención más bajos, agregó la doctora Susan Moore, pediatra de raza negra de 52 años de Indiana, quien fue hospitalizada con covid en noviembre y, según un video publicado en su cuenta de Facebook, tuvo que pedir repetidamente pruebas, remdesivir y analgésicos. Dijo que su médico (caucásico) desestimó sus quejas de dolor y fue dada de alta, solo para ser internada en otro hospital 12 horas después.
Numerosos estudios han encontrado que los afroamericanos a menudo reciben peor atención médica que sus contrapartes blancas: en marzo, una empresa de biotecnología de Boston publicó un análisis que mostraba que era menos probable que los médicos remitieran a pacientes negros sintomáticos para pruebas de coronavirus que a los blancos sintomáticos.
Los médicos también son menos propensos a recetar analgésicos a pacientes negros.
“Si fuera blanca, no tendría que pasar por eso”, dijo Moore en el video publicado desde su cama de hospital. “Así es como matan a los negros, cuando los envías a casa, y no saben cómo luchar por sí mismos”. Moore murió el 20 de diciembre por complicaciones de covid, dijo su hijo Henry Muhammad a los medios de comunicación.
Junto con las personas de color, los trabajadores de salud inmigrantes han sufrido pérdidas desproporcionadas a causa de covid-19. Más de un tercio de los trabajadores de salud que mueren por covid en el país nacieron en el extranjero, desde Filipinas y Haití, hasta Nigeria y México, según un análisis de KHN/The Guardian de casos registrados. Representan el 20% del total de trabajadores de salud de los Estados Unidos.
El doctor Ramon Tallaj, médico y presidente de Somos, una red sin fines de lucro de proveedores de atención médica en Nueva York, dijo que los médicos y enfermeras inmigrantes a menudo ven a pacientes de sus propias comunidades, y muchas comunidades inmigrantes de clase trabajadora han sido devastadas por covid.
“Nuestra comunidad son trabajadores esenciales. Tuvieron que ir a trabajar al comienzo de la pandemia, y cuando se enfermaban, iban a ver al médico de la comunidad”, dijo. Doce médicos y enfermeras de la red Somos han muerto por covid, dijo.
El doctor Eriberto Lozada era médico de familia de 83 años en Long Island, Nueva York. Todavía estaba viendo pacientes fuera de su consulta cuando los casos comenzaron a aumentar la primavera pasada. Originario de Filipinas, un país con un historial de envío de trabajadores médicos calificados a los Estados Unidos, estaba orgulloso de ser médico y “de haber sido un inmigrante próspero”, dijo su hijo James Lozada.
Los miembros de la familia de Lozada lo recuerdan como estricto y de voluntad fuerte; lo llamaban cariñosamente “el rey”. Inculcó a sus hijos la importancia de una buena educación. Murió en abril.
Dos de sus cuatro hijos, John y James Lozada, son médicos. Ambos fueron vacunados el mes pasado. Considerando todo lo que habían pasado, dijo John, fue una ocasión “agridulce”. Pero pensó que era importante por otra razón: ser un ejemplo para sus pacientes.
Las desigualdades en las infecciones, y las muertes, por covid podrían alimentar la desconfianza en la vacuna. En un estudio reciente del Pew Research Center, alrededor del 42% de los encuestados de raza negra dijeron que “definitivamente o probablemente” recibirían la vacuna en comparación con el 60% de la población general.
Esto tiene sentido para Patricia Gardner, enfermera nacida en Jamaica y gerenta en el Centro Médico de la Universidad de Hackensack, en Nueva Jersey, quien contrajo el coronavirus junto con familiares y colegas. “Mucho de lo que escucho es, ‘¿Cómo es que no fuimos los primeros en recibir atención, pero ahora somos los primeros en vacunarnos?’”, dijo.
Al igual que Beniquez, se vacunó el 14 de diciembre. “Para mí, dar un paso al frente y decir: ‘Quiero estar en el primer grupo’, espero que eso envíe un mensaje”, dijo.
Beniquez dijo que sintió el peso de esa responsabilidad cuando se inscribió para ser la primera persona en su estado en recibir la vacuna. Muchos de sus pacientes han expresado escepticismo, impulsado, opinó, por un sistema de salud que les ha fallado durante años.
“Recordamos los juicios de Tuskegee. Recordamos las ‘apendicectomías’ ”: informes de mujeres que fueron esterilizadas a la fuerza en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Georgia. “Estas son cosas que le han sucedido a esta comunidad, a las comunidades negras y latinas durante el último siglo. Como trabajadora de salud, tengo que reconocer que sus temores son legítimos y explicarles ‘Esto no es lo mismo’”, dijo.
Beniquez dijo que su alegría y alivio por recibir la vacuna se ven atenuados por la realidad del aumento de casos en la sala de emergencias. La adrenalina que ella y sus colegas sintieron la primavera pasada se ha ido, reemplazada por la fatiga y la cautela de los meses venideros.
Su hospital colocó 11 árboles en el vestíbulo, uno por cada empleado que murió de covid; han sido adornados con recuerdos y obsequios de sus colegas.
Hay uno para Kim King-Smith, de 53 años, el amable técnico de EKG, que visitaba a amigos de amigos, o a familiares cada vez que terminaba en el hospital.
Uno para Danilo Bolima, 54, el enfermero de Filipinas que se convirtió en profesor y era el jefe de servicios de atención al paciente.
Otro para Obinna Chibueze Eke, de 42 años, asistente de enfermería nigeriano, que pidió a sus amigos y familiares que oraran cuando estuvo hospitalizado con covid.
“Cada día, recordamos a nuestros colegas y amigos caídos como los héroes que nos ayudaron a seguir adelante durante esta pandemia y más allá”, dijo el doctor Shereef Elnahal presidente y director ejecutivo del hospital, en un comunicado. “Nunca olvidaremos sus contribuciones y su pasión colectiva por esta comunidad y por los demás”.
Justo afuera del edificio, está el árbol número 12. “Será para otro u otra que perdamos en esta batalla”, dijo Beniquez.
Esta historia es parte de “Lost on the Frontline”, un proyecto en curso de The Guardian y Kaiser Health News que tiene como objetivo documentar las vidas de los trabajadores de salud de los Estados Unidos que mueren a causa de COVID-19, e investigar por qué tantos son víctimas de la enfermedad. Si tienes un colega o un ser querido que deberíamos incluir, por favor comparte su historia.