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Pacientes con dolor crónico se sienten atrapados en el debate sobre opioides

Shannon Hubbard padece un complejo síndrome de dolor localizado y se considera afortunada que su doctor no le cortara por completo su dosis de opioides. (Will Stone/KJZZ)

Todo comenzó con un esguince de tobillo durante un ejercicio rutinario de entrenamiento militar. Shannon Hubbard nunca imaginó que fuera el prólogo de una de las afecciones de dolor más debilitantes que se conocen, el síndrome de dolor regional complejo.

La condición hace que el sistema nervioso se descontrole, creando un dolor que no se corresponde con la lesión real. También puede afectar cómo el cuerpo regula la temperatura y el flujo sanguíneo.

En el caso de Hubbard se manifestó hace años, después de la cirugía en el pie, la manera más común que ese dolor se arraigue.

“Mi pierna parece que está ardiendo casi todo el tiempo. Es una sensación que se propaga a diferentes partes del cuerpo”, dijo esta veterana del Ejército, de 47 años.

Hubbard acomoda su pierna, con cuidado de no rozarla contra la mesa de la cocina en su casa al este de Phoenix, Arizona. Está roja e hinchada, todavía con las cicatrices de una úlcera que la llevó al hospital hace unos meses.

“Comenzó como una pequeña ampolla y cuatro días después era del tamaño de una pelota de béisbol”, explicó. “Tuvieron que abrirla y luego se infectó, y como tengo problemas de flujo sanguíneo, no sana”.

La mujer sabe que es probable que esto vuelva a suceder.

“Durante los últimos tres años, me han recetado más de 60 medicamentos y combinaciones diferentes; nada me libró del dolor “, señaló.

Hubbard dijo que recibió inyecciones e incluso viajó por todo el país para tomar infusiones de ketamina, un anestésico que puede usarse para el dolor en casos extremos. Sus médicos han considerado amputarle la pierna debido a la frecuencia de las infecciones.

“Todo lo que puedo hacer es controlar el dolor”, dijo. “Y los opioides se han convertido en la mejor solución”.

Durante unos nueve meses, Hubbard tomó una combinación de opioides de acción corta y larga. Esto le dio suficiente alivio, dijo, para comenzar a salir de la casa y hacer fisioterapia.

Pero en abril todo cambió. En su cita mensual, el médico le informó que tenía que reducir la dosis. “Me quitaron una de las píldoras”, dijo.

Hubbard supo que la causa era la nueva ley de opioides de Arizona, que impone restricciones a las recetas, y limita la dosis máxima para la mayoría de los pacientes. Pero también sabía que la ley no debía afectarla a ella, una paciente que ya padecía de dolor crónico.

Ella discutió con su médico, sin éxito. “Nadie dijo que hubiera alguna razón médica para interrumpir mi tratamiento. Se debió simplemente a la presión de las reglas sobre opioides”.

Su dosis se redujo de 100 miligramos equivalentes de morfina por día (MME) a ​​90, la dosis más alta permitida para muchos nuevos pacientes en Arizona. Dijo que su dolor ha sido “terrible” desde entonces.

“Simplemente duele”, expresó. “No quiero caminar, prácticamente no quiero hacer nada”.

La condición de Hubbard puede ser extrema, pero su situación no es única. Para enfrentar la crisis por sobredosis de drogas, los estados están tomando fuertes medidas contra la prescripción de opioides. Cada vez más, algunos pacientes con dolor crónico como Hubbard dicen que se están convirtiendo en víctimas colaterales.

Más de 24 estados han implementado algún tipo de ley o política que limita las recetas de opioides. Lo más común es restringir la primera receta de un paciente a varias píldoras que deberían durar una semana o menos. Pero algunos estados, como Arizona, han ido más allá al poner un tope a la dosis máxima para la mayoría de los pacientes.

El Arizona Opioid Epidemic Act, la culminación de meses de comunicación y planificación por parte de funcionarios de salud estatales, se aprobó a principios de este año con un apoyo unánime.

La psiquiatra Sally Satel, miembro del American Enterprise Institute, dijo que esas directrices estipulaban que la decisión de reducir la dosis de un paciente debería tomarse caso por caso, y no como una política general.

“[Las directrices] han sido gravemente malinterpretadas”, dijo Satel.

Las directrices no estaban destinadas a los especialistas en dolor, sino más bien para los médicos de atención primaria, un sector del que parte casi la mitad de todos los opioides administrados entre 2007 y 2012.

“No hay una obligación para reducir las dosis a las personas a las que les ha ido bien”, puntualizó Satel y dijo que, en la premura por abordar la crisis de sobredosis de opioides de la nación, las directrices de los CDC se han convertido en el modelo para muchos reguladores y legislaturas estatales.

“Nos encontramos en un ambiente muy poco saludable, lleno de frialdad, en el que los médicos y los pacientes que sufren dolor crónico ya no pueden trabajar juntos”, expresó.

Satel calificó de “equivocada” la idea de que las nuevas leyes de prescripción reducirán el número de muertes por sobredosis de drogas.

La tasa de prescripción de opioides a nivel nacional ha disminuido en los últimos años, aunque todavía se encuentra por encima de los niveles de los años noventa. Mientras tanto, más personas están muriendo por el uso de drogas ilícitas como la heroína y el fentanilo que por las recetas de opioides.

Algunos médicos respaldan las nuevas reglas, dijo Pete Wertheim, director ejecutivo de la Arizona Osteopathic Medical Association.

“Para algunos ha sido un alivio”, dijo. “Sienten que se les ha dado una vía, un medio para enfrentar a los pacientes”. Algunos doctores le dicen que es una oportunidad para mantener una conversación difícil con pacientes que podrían estar en riesgo de adicción o sobredosis debido a la medicación.

La organización se esfuerza por educar a sus miembros sobre las reglas de prescripción de Arizona y sus exenciones. Pero, dijo, la mayoría de los médicos ahora sienten que el mensaje es claro: “No queremos que receten opioides”.

Mucho antes que la ley fuera aprobada, Wertheim contó que los médicos ya le decían que habían dejado de recetar, porque “no querían esa responsabilidad”.

Hubbard se considera afortunada que sus médicos no hayan reducido aún más su dosis de analgésicos.

“En realidad tengo suerte de tener un caso tan grave porque al menos no pueden decir que estoy loca o que me imagino cosas”, dijo.

Hubbard sabe muy bien que las personas mueren todos los días por los opioides. Uno de los miembros de su familia lucha contra la adicción a la heroína y ella está ayudando a criar a su hija. Pero insiste en que hay una mejor manera de enfrentar la crisis.

“Lo que están haciendo no está funcionando. No ayuda al que está en la calle consumiendo heroína y está realmente en peligro de sufrir una sobredosis “, expresó. “En cambio, están perjudicando a las personas que realmente se benefician por el uso de estas drogas”.

Esta historia es parte de una asociación que incluye KJZZ, NPR y Kaiser Health News, un programa editorial independiente de la Kaiser Family Foundation.

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